jueves, 4 de noviembre de 2010

De rancheras y boleros


De rancheras y boleros


“El día que yo me muera
no voy a llevarme nada,
hay que darle gusto al gusto
la vida pronto se acaba…”
Antonio Aguilar cantaba con el volumen en el máximo del pequeño equipo “este puño de tierra es lo único que me voy a llevar”, “Toda la vida me estaría contigo” siguió a la ranchera, y violines y trompetas del mariachi descorrieron el velo tras el cual apareció su casa, allá en el cerro, al final de la escala de inciertos peldaños, pero que algún día, tenía la esperanza, le harían engordar las piernas, porque entonces eran como dos carricitos y podría atravesar entre la lluvia y no mojarse, y dale popotito, dale popotito, cuántas veces subió y bajó esa escala, pero las pantorrillas se negaron a escuchar su ruego, y el verano llegó otra vez y ahí estaba de nuevo mirándose al espejo, por delante, por detrás, por el costado y nada que hacer, ni los escalones al cielo ni el zapallo de la Cenicienta le hicieron subir unos kilitos, para llamar la atención del Lito que llegaría en las vacaciones, ¡y ya faltaba tan poco!, los exámenes estaban terminando y él aparecería con su sonrisa de modelo, su mechón en la frente, sería ahora o nunca, el próximo año él se marcharía a la escuela naval y los cadetes no se juntaban con las chiquillas del cerro, aunque si se bronceaba un poco talvez se vería mejor y en la piscina trataría de acercársele en el agua.
Ahí era diferente, ninguna chiquilla le ganaba, las otras no sabían nadar o apenas se metían en la parte baja, afirmándose de la escala o en coloridos flotadores, en cambio, ella cruzaba los cincuenta metros con estilo y se zambullía hasta los cuatro metros del fondo a rescatar la moneda que era la prueba de su resistencia, aunque sintiera que los pulmones se le reventaban, pero él estaba ahí quién llega primero a la parte baja y vuelve y dale, dale que no te gane, a la noche hay malón, ¿vas a ir? Había perdido la carrera, pero el ¿vas a ir? fue el único premio que recibió al dejar la temida y ansiada adolescencia.

A los catorce años era una flacucha de caderas un poco anchas, esperando el relleno que más tarde atraparían miradas disimuladas de sus compañeros y los silbidos acompañados de ingeniosos o manoseados piropos de los trabajadores que siempre había en las cercanías de la universidad; su piel morena, ávida de sol, lucía un bronceado que destacaba aún más la blancura de los dientes, el cepillo de cerdas le daba al largo cabello castaño el dorado miel que iluminaba su rostro suavemente ovalado, en el que los ojos café, sombreados por un velo de espesas pestañas, parecían irradiar una lucecita que no apagaba nunca su brillo.

El nombre le molestaba, no entendía porqué le habían puesto tres que no armonizaban, que se rechazaban y parecían burlarse cada vez que la nombraban en la lista del curso, apresurándose a contestar el “presente”, para no escuchar la voz insistente del maestro que irónicamente marcaba los tres apelativos que al azar habían sido elegidos en el apuro de la inscripción o ante la duda o indiferencia del cómo se llamara. Ahora ya no importaba, total, era su marca, su sello y no era fácil olvidarla...

“No me importa en qué forma,
ni cómo ni dónde, pero junto a ti”

La voz aterciopelada del mariachi le cierra los ojos, la une a la mano del Lito, la humedad entre la suya y la de él la sorprende, la rigidez del cuerpo y torpeza de los pasos la llena de una inesperada alegría, ¿dónde está el muchachito canchero que ríe fuerte y tiene la broma precisa que divierte a los demás?

Percibe el temor del Lito, su instinto y corazón de mujercita a punto de florecer, se ocultan en una simulada timidez al recibir el beso que coronaba la noche cuajada de estrellas y la cruz del sur fue suya desde ese momento, aunque ya hubiera sido ofrendada miles de veces, - cuando mires el cielo y esté la cruz del sur, recuérdame – pero era más fácil y grato escuchar una y otra vez la canción que se le había pegado a la piel,
“no me cansaría de decirte siempre,
pero siempre siempre,
que eres en mi vida
soledad, angustia y desesperación,
toda la vida te estaría mimando,
te estaría cuidando, como cuido mi vida
que la vivo por ti”

El Lito se fue a la Escuela Naval, no enfrentó al enemigo en la cubierta de ningún barco, pero desapareció bajo las aguas en ejercicio de combate, el “toda la vida estaría contigo” se transformó en un dulce recuerdo en medio de muchos sinsabores y acideces que fue hallando en su camino, a oscuras, sin estrellas que le marcaran el rumbo.

El mariachi de México exhala un último suspiro y el CD se detiene, vuelve a su pieza, al desorden controlado de cajas sobrepuestas con ropa que todavía me queda buena, no he cambiado mucho, para mis cincuenta y ocho años mmmm todavía tiro un petardo…

Del closet saca la manga una chaqueta de mezclilla, ¿Será que no me hallo con “ropa para señoras?”, bueno, cuando fui al encuentro de ex alumnos, estaban casi todas gordas...

El espejo le devuelve una sonrisa cómplice, los dientes blancos aún están todos en medio de los labios, un poco marchitos, pero el delineador y esos productos que vende por catálogo son buenísimos, mira, pruébalos una vez y te vas a cambiar a ellos, son increíbles, hacen el milagro de incitar a un beso, no siempre está la cruz del sur, pero ya se la han regalado tantas veces...