lunes, 18 de marzo de 2013

Adiós.

No quería que la volviera a ver, no quería borrar del recuerdo la última imagen que suponía guardaba de ella, lozana, con algunos años y kilos menos, arruguitas o "signos de expresión", pero el tiempo había seguido su curso, inexorable,  muy a su pesar, y no sería grato escuchar las frases de rigor:"que bien te ves" o "estás igual", como si fuera ciega y no se viera todos los días en el espejo, como si no le tomara más tiempo hacerse un nuevo rostro antes de enfrentar el día; el maquillaje que iluminara la mirada, arquear las pestañas, pintarlas, delinear y darle tono a los pálidos labios eran parte de la rutina diaria con que se ocultaban algunas huellas del tiempo, pero que no lo detenían y la máscara iba perdiendo su color, su tersura, por lo que se había impuesto que no la viera, pero que no la olvidara y sabía que no faltaba el amigo, ex compañero o familiar a quien él no le hubiera preguntado por ella, cómo estaba, qué hacía, si lo recordaba y les contaba una vez más cómo se habían conocido, los recuerdos imborrables de esa relación que se transformó en un culebrón sin fin hasta que ella le había puesto término abruptamente, sin razones, sin un adiós.
Ahora ya era tarde para arrepentirse, para dejar la vanidad, para ocultarse en excusas del qué dirán, nada podría hacer para revertir el tiempo y tener al menos la oportunidad del adiós definitivo, del hasta siempre o del hasta nunca, del perdón o de la maldición, de la indiferencia o del rencor. 
Frío, sin una sonrisa,  sin un rictus que delatara una emoción, permaneció ante la mirada de ella que buscaba inútilmente en su rostro el recuerdo del otro,de aquel que afloraba al escuchar una vieja canción, al oír su nombre en boca de aquellos que, sin saberlo, confabulaban para que no llegara el adiós, porque no habían retratos, cartas ni regalos, no habían lazos sin atar, palabras sin decir, y el tiempo era el mejor aliado si de olvidar se trataba.
Haciendo un esfuerzo se acercó, tratando de ocultar la emoción, conteniendo las palabras que querían atropellarse para preguntar si era posible algún día reencontrarse sin temor, sin vergüenza, sin dolor, sin culpa y sólo atinó a callar, a guardar silencio, a desearle desde lo más recóndito de su corazón que descansara en paz y salió del templo que empezaba a llenarse de amigos, familiares, compañeros de labor, tal vez de otras como ella que venían a darle el último adiós y se fue calle abajo, pensando que se le estaba haciendo tarde para llegar al trabajo, ya habría tiempo para el dolor.