viernes, 28 de septiembre de 2018

Sin retorno.




Hay amores que dejan cicatrices y ella tenía las suyas. El tiempo no había sido suficiente para borrarlas y el olvido se negaba a llegar,  aunque había momentos en que parecían haberse eliminado, sin embargo, seguían allí y se preguntaba cuándo lo olvidaría, aún sabiendo la respuesta, nunca.

Había buscado el olvido con ansias, desde el amanecer hasta que el cansancio la vencía se entregaba a la tarea de diversas cosas, cantando en silencio las viejas canciones que habían hecho suyas o penetrando  en los rincones  más recónditos de su memoria, en aquellos que guardaban los te quiero ahogados por sus besos eternos.

Ahora ya tiene más años de los que imaginó alguna vez llegar a vivir, conserva aún la mirada limpia de sus ojos claros y el andar cadencioso, más lento, pero seguro, sin esfuerzo.

Va a emprender un viaje, el que hubieran hecho juntos si él estuviera a su lado, pero qué importa ya se dice una y otra vez, como para convencerse de que está bien ir a esas tierras lejanas en el mapa, pero que en realidad no lo están, son algunas horas de vuelo y ya, alguna vez temió hacerlo sola, sintió la culpa y enojo, la pena y angustia de su ausencia irremediable, pero está la promesa que debe cumplir antes de que sea tarde y las fuerzas la abandonen para recorrer las calles de su niñez que conoció por sus relatos, teme no encontrar la plaza de sus juegos infantiles, las aguas del río no serán las mismas,  sin embargo, espera escuchar en su rumor la voz de él llamándola, rezará en la iglesia del barrio que no abrió sus puertas para ambos y rogará por su descanso y por el reencuentro en ese lugar sin fronteras para el amor, para la entrega sin condición ni temor, se le escapa un suspiro mientras prepara una pequeña maleta con lo indispensable y con especial cuidado deposita lo más valioso para ella, las cartas amarillentas llenas de promesas, con todos los te quiero que a los veinte se dijeron y no se olvidaron.

Partió sola, sin aviso, sin despedidas ni recomendaciones de que se cuidara, que tomara sus remedios, que avisara cómo había llegado y que llamara  o enviara fotos del lugar, no había a quién y era un alivio poder irse sin pensar en el retorno, porque sabía que descansaría allá donde hubieran sido por siempre uno solo los dos.