lunes, 17 de agosto de 2015

En la próxima cosecha

La mañana llegó apartando los negros nubarrones de la noche anterior, había llovido suavemente y el campo relucía bajo los primeros rayos de sol que tímidamente se posaban sobre la tierra húmeda, perfumada con el aroma de  florecillas silvestres que despertaban, derramando su dulzura sobre los campos.

Tenía muchas tareas por delante y las horas se hacían pocas, entre amasar el pan, mantener el horno prendido, preparar la comida para los trabajadores que este año habían llegado más temprano a recoger la cosecha de uva y quedarse hasta la fiesta de la vendimia.

Mientras se cocían los panes en el gran horno de barro, pensaba que los hombres ya estarían sintiendo su olor y que pronto llegarían para el desayuno que les daría las fuerzas necesarias para la larga jornada que los esperaba bajo el ardiente sol del verano que ya llegaba a su término, la tierra había sido generosa este año, las parras estaban cargadas de dorados racimos que se convertirían en finos vinos de exportación y para celebrar el término de la cosecha se había preparado la chicha, licor dulce y embriagador que alegraría a los trabajadores en la fiesta tradicional con que se terminaba una nueva cosecha. 

Pronto partirían a otros campos en busca de un nuevo trabajo y de un  nuevo amor, de rápido olvido, sin ataduras y sin rencores.

Marta sabía de esos amores y no se lamentaba, ya llegaría el que quisiera quedarse entre sus brazos morenos y compartiera con ella el calor de su cama, que había resistido el peso de alguno, pero que ella había dejado marchar sin protestar.

Ahora sentía que el momento había llegado y se esmeraba en atender lo mejor posible al rudo hombre que se sentaba todos los días a la cabecera del mesón donde comían los trabajadores de paso, los temporeros o peones como se les conocía en los campos a esos nómades que se ganaban la vida sin pensar en el mañana, ganaban su dinero y partían a otros campos a gastarlo, después de todo mientras la tierra siguiera dando sus frutos se necesitarían manos para recogerlos.

¿Cómo le había dicho que se llamaba? Ahí el nombre era lo de menos, todos respondían al apodo que los identificaba por algún gesto, una cicatriz, el color del cabello, algún parecido generalmente con un animal o una condición valórica o física y apenas se formó el grupo los trabajadores dieron a conocer el cómo los llamaban o algunos fueron bautizados nuevamente.

_A mi me dicen  el Ronco_ dijo el que se sentó a la cabecera sin que ninguno se interpusiera y cada uno fue tomando un lugar que se respetaba a diario sin que lo hubieran acordado.

El Ronco hacía honor a su voz más bien gruesa, y que a Marta le pareció que la acariciaba al pedirle _más pan, por favor_fue lo primero que le llamó la atención, esa voz firme, un tanto gruesa, pero que reflejaba la humildad de su dueño en el tono con que se dirigió a ella. 
Marta sabía que ya no era una jovencita, que los años  se le habían pasado muy rápido y ya eran demasiadas noches solitarias, esperando siempre que el hombre indicado apareciera un día para quedarse y hacerle compañía, hacerle unos cuantos hijos y tener el rancho bien puesto, con su buena cocina donde ella pudiera prepararle todo lo que sabía y tenerlo contento, al menos con la comida por la cual ella era conocida y alabada.

Ahora_ se decía_es la mía. No voy a dejar que se vaya así no más, si no se anima voy a tener que darle una ayuda.

Y pronto los demás notaron su cambio, cómo sus polleras dejaban ver algo más de sus piernas bien torneadas y en el escote de su blusa asomaba tentador la tersura de sus pechos, sus trenzas adornadas con una flor esperaban que alguien las desarmara y hundiera el rostro en la mata perfumada y suave de sus cabellos, que olían a rosas recién cortadas, a manzanilla fresca y juncos del arroyo.

Los hombres la asediaron con la mirada y guardaron distancia, sabían que el Ronco se había ganado las preferencias desde el primer día que llegaron y se preguntaban qué estaba esperando para dejar contenta a la Marta, ya hubiera querido cualquiera de ellos tener las atenciones de que era objeto el Ronco, la mejor presa, la fruta más fragante y una sonrisa que lo invitaba a compartir un lecho con olor a hembra en celo.

_¿Usted también se va a ir con los demás?_ se atrevió a preguntarle entre plato y plato que le servía.
_Sí, tengo que irme_
_¿Y cuál es el apuro, si puede saberse?
_Son cosas de hombre_
_Si usted quisiera..._
Pero la mirada del Ronco estaba perdida en lontananza, Marta buscaba sus ojos para que leyera en los suyos las promesas que guardaban, pero el Ronco contestó con algo parecido a un gruñido, frío y sin apuro:
_Le agradezco la invitación, pero mi mujer me  espera en mi casa_
_Ah...si yo decía no más, como los que vienen a trabajar acá son solos..._
_Bueno,ya está, gracias por todas sus molestias._

La voz se le perdió, junto con las esperanzas que se había forjado, _quién la había mandado a abrir la boca_ se lamentaba, porque ahora que lo pensaba se daba cuenta que el Ronco nunca había tenido intenciones de ser algo más que un trabajador, que había cumplido con su labor y ella había imaginado todo un mundo en torno a él.

Cuando se fueron después del desayuno, alcanzó a despedirlos con la mano, pensando que tal vez en la próxima cosecha llegaría el hombre que estaba esperando.








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